… Desde que Eliza llegara, hacía ya siete años, había traído consigo relatos del bosque. Cuando Rose yacía en su tibio cuarto oscuro, respirando el aire inmóvil de su última enfermedad, Eliza irrumpía por la puerta de modo tal que Rose casi podía oler el océano en su piel. Trepaba junto a Rose en la cama y colocaba una concha, o una polvorienta jibia, o un pequeño trozo de madera en su mano, y luego comenzaba su historia. Y en su mente, Rose veía el mar azul, sentía la calidad brisa en los cabellos, la ardiente arena bajo sus pies…
… A través de sus años de enfermedad, siempre hubo una cosa que Rose había deseado, y eso era crecer. Escapar de los confines de la infancia y vivir, como Milly Theale había expuesto tan perfectamente en el libro favorito de Rose, aunque fuera de modo breve y entrecortado. Deseaba enamorarse, casarse, tener hijos. Dejar Blackhurst y comenzar una vida propia. Lejos de esa casa, lejos de ese sofá sobre el que mamá insistía debía reclinarse incluso cuando se sentía bien. “El sofá de Rose”, lo llamaba mamá. “Pon otra manta en el sofá de rose. Algo que resalte la palidez de su piel, que haga que su cabello parezca aún más brillante”...
Y el día de su partida se aproximaba. Rose lo sabía. Por fin mamá había admitido que Rose estaba lo suficientemente bien para encontrase con un pretendiente. En los últimos meses, su madre había arreglado almuerzos con una procesión de jóvenes (¡y no tan jóvenes!) candidatos. Todos había sido unos estúpidos –Eliza había entretenido a Rose durante horas después de cada visita con sus recreaciones y personificaciones- pero era una buena práctica. Porque el perfecto caballero estaba allá fuera, en alguna parte, esperándola. No sería para nada como su padre, sería un artista, con sentido de la belleza y de su grandeza, a quien le importaran un comino ni las piedras ni los insectos. Sería abierto y fácil de comprender, sus pasiones y sus sueños sería una luz en sus ojos. Y él la amaría a ella, sólo a ella…
... Su esposo sería como Eliza, se dio cuenta Rose, una sonrisa alterando su plácida expresión. El caballero que ella buscaba era la encarnación masculina de su prima... (El Jardín Ovidado. Kate Morton)
... Dicen que se sabe si un amor es verdadero cuando duele como dientes en el alma... (Ahora tú- Malú "Guerra fría")
Afuera el día está ventoso y frío. Hoy la comida fue especial porque apetecía hacer diferente esta normalidad. Vestí la mesa de invierno. Mi gata lo celebra sesteando a su alrededor. Leo un libro despacio, saboreando el placer de poner escenario a lo relatado. Un café tipo americano me hace de estufa. Vuelvo al exterior y en la prensa un comunicado de paz lo inunda todo. Una esperanza firme quiere volar y tres encapuchados admiten que no pueden detenerla. Un político quiere llevar al psicólogo a quienes no son como él. El mismo político dice que en Andalucía los agricultores gastan su subsidio en el bar. Sus compañeros de coalición dicen que no se entiende a los andaluces cuando hablan. Confieso que yo tampoco les entiendo a ellos y no voy a hacer ningún esfuerzo por intentarlo. Me enerva este gente meapilas que se la coge con papel de fumar y tiene más dogmas que la propia iglesia. Confieso que tengo fe en políticos que piensan que los que debieran ir al psicólogo son quienes hacen de la demagogia su discurso (Jaume Collboni). Confieso que temo a las dictaduras, por mucho que casi todos los dictadores tengan un destino tan cruel como el de a quienes sojuzgaron y sometieron robándoles la libertad y la propia vida. Confieso que deseo por encima de todo que la libertad corra por las calles y por los corazones de quienes las habitan. Confieso que deseo lo que alguien soñó un día: Sueño que un día esta nación se levantará y vivirá el verdadero significado de su credo: "Afirmamos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales" (Martin Luther King. 1963). Y como dientes en el alma me duele a mi la libertad, la propia... y la ajena.
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