martes, 6 de enero de 2009

Ficción III



“En qué clase de hija de puta insociable te está convirtiendo este trabajo” pensaba. Otro día como los tres últimos estaba sentándome en mi mesa, soltando el vaso de café de máquina y chupando mis dedos para borrar los rastros de crema de éste y suavizar la quemazón de mis dedos. No dije nada al entrar a nadie. Miré la carpeta amarilla que tenía frente a mí y desee no tener que abrirla. Entonces levanté la vista. Dije “buenos días”, y mi compañero me miró. Hizo una mueca de sonrisa y dijo: -vaya, quién lo iba a creer, mi traje de hombre invisible está perdiendo sus propiedades hoy.

- Si, las estás perdiendo, serán los años...además... cambiaste de colonia y hasta un muerto podría notar tu presencia. ¿Regalo de tu última novia? - Repliqué.

Me miró y sonrió. Tenía una bonita sonrisa. Mantuve mis ojos sobre el y creo que también le sonreí. De pronto la voz del jefe al final de la sala hizo pasar ese instante y cortó esa incipiente conversación.

Exigió nuestra presencia en su despacho a la voz de ya. Pensé que el café lo tomaría helado de nuevo, y eso era peor que su sabor.

- Es una niña. Seis años. Rubia. Ojos azules. El forense dice que murió hace aproximadamente dos semanas. La encontró un vecino del pueblo aficionado a las setas. Id allí, el juez estará a punto de llegar y quiero un informe detallado en mi mesa antes de las 12. Nada más.

Salimos ambos del despacho, yo sentía las nauseas agarrarse a mi garganta. El se limitó a golpearme el hombro y decirme: -Es lo que somos, rastreadores. Hagamos nuestro trabajo y hoy por decirme buenos días te presentaré a mi novia… la de la colonia… recuerdas?”

- Vale, pero que conste que le diré que tiene un pésimo gusto… con las colonias… por ahora-contesté.

Su pícara mirada me tradujo que era el precio a pagar por otras virtudes más ocultas. Fue entonces que reí. Mi estómago volvió a su lugar y cogiendo la chaqueta abandoné aquel café, respiré profundo recordándome viva y con ganas de afrontar aquel día.

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