viernes, 12 de marzo de 2010

Miguel Delibes y jugar con sus palabras

Hoy ha fallecido Miguel Delibes. Escritor. Un verdadero mago de las letras, un hombre con la sensibilidad suficiente para sentir el amor calado hasta sus huesos y decir que su esposa era lo mejor de sí mismo, para tener el talento de dejarnos una amplia bibliografía y la generosidad de abrir nuestros ojos a la belleza de cada rutina. Un escritor de sentimiento que hoy tal vez encuentre de nuevo esa parte que necesitaba.
Seguramente merece el Premio Nobel hace mucho tiempo, hubiese sido justo que lo recibiese en vida. Hoy creo que el mundo no sólo ha perdido un irrepetible talento de las letras, hoy el mundo es más pequeño, más huérfano de sentimiento. Ya sólo queda su recuerdo y las ganas de seguir jugando ese juego en el que él siempre ganaba, por maestro, por ejemplo... las palabras.
Hoy me vuelven las ganas de continuar con mi historia y en el capítulo cincuenta y no sé cuantos, no se si podría tener entrada este párrafo, acompañado de este sonido:
Dulces sueños mi amor- Yiruma
La luz ese día entraba tímidamente en nuestro dormitorio, con el miedo de saber que invadía nuestro mundo privado. Con el pudor y la prudencia de saber que descubriría dos cuerpos en constante contacto, dos pieles mezcladas en un perfecto acomodo. Aquel tímido rayo de luz se alió con los tonos cálidos de la decoración del dormitorio para hacer más dorada su piel, para que la seda de su cuerpo quedase perfectamente delineada en su armonioso contorno.

Mis ojos se paseaban sin prisa por su espalda como una hormiguita que recorre el mundo para encontrar su lugar. Las yemas de mis dedos apenas eran sus patitas dando pasos para memorizar cada recorrido y no podía evitar que mis labios sintiesen envidia de querer también sentir ese mundo. Sólo me provocaba el deseo de besarla despacio, muy despacio, para que su sueño siguiese siendo el mío, para que su respiración acompasada fuera el latido que movía a mi corazón, para que su paz fuera duradera.

Velaba su piel y velaba su mundo. Velaba ahorrando cada minuto de su tiempo compartido conmigo, como el más grande tesoro que yo ya había descubierto. Pequeñas y diminutas gotas de sudor poblaban su frente y yo sólo podía tener compasión de ellas, porque abandonaban su piel para no posarse nunca más en ella, debían sufrir el mismo miedo que yo sentía cada amanecer, cuando me separaba de su cuerpo para rendirme a otra obligación que no fuese tenerla cerca, sentir el calor de su cuerpo, oír el latir de su corazón desde su espalda, respirarla y saborearla. Quería anidar bajo su piel para vivir en ella y acompañarla como un tatuaje que es para siempre.

¿Hasta cuándo el destino iba a hacer posible que gozase del privilegio de su piel? ¿Hasta cuando se me iba a permitir vivir en el cielo que me ofrecían sus besos? Temía profundamente ser expulsada de su paraíso y sentía la necesidad de no olvidar ningún segundo estando con ella. Necesitaba que mi cuerpo memorizara al suyo el tiempo suficiente hasta renovar el recuerdo, al volver a unir piel con piel.

Su vida era la mía y me sentía afortunada de ser su mujer, la elegida, la destinataria de sus besos y sus abrazos, de sus miradas y su cariño, de su tiempo y de su amor y, a pesar de todo, no podía evitar sentir que aquella eternidad era amenazada porque nuestra felicidad estaba expuesta a un odio irracional, un odio que ya había impregnado como un lodo espeso nuestro tiempo. Necesitaba impedir que ese odio volviese a arañar su piel o invadir el santuario de cuerpo y sentía que yo me estaba muriendo en esa lucha constante, pero ningún objetivo era más sagrado que ese, debía garantizar su paz y asegurarme que, no estando yo, nada pudiera amenazarla porque sólo eso me devolvería el sueño y podría permitirme al fin dormir con ella.

Aquel rayo de luz terminó osando a posarse en su rostro para traerla del mundo de sus sueños al mundo de mis ojos. Se desperezó inconscientemente tensando su cuerpo, imprimiendo vigor a su respiración y despertando a sus párpados hasta que abrieron de par en par el balcón de sus ojos donde a mí me gustaba asomarme cada mañana para ver el sol.

- Uhm… hola cielo…

- Hola mi amor…

- ¿Ya estás despierta?

- Hace un ratito sólo…

- Uhm… no te creo…

- Deberías creerme…

- Deberías tomar algo para dormir…

- ¿Y perderme a lo mejor de mi misma?... ni se me ocurriría…

- ¿Lo mejor de ti misma?

- Ahá… tú.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bello y triste a la vez. Quiza por esa falta de libertad, al no poder escapar de esa sombra, que causa la posibilidad de perderla. Q.E.P.D. Miguel Delibes.

Maxi dijo...

Tras leerlo no he podido evitar pensar que aunque en esta historia hay una amenaza con nombre y apellidos que la hace más real, no la hace muy diferente a otras amenazas que nos rodean a diario y que nos hacen temer por la pérdida de la felicidad alcanzada junto a quien amamos: una enfermedad, un accidente o incluso el desamor.

Precioso texto, Magia, lleno de sentimiento.

Un saludo,

maxi

Neblina dijo...

Un texto precioso, se me puso la piel de gallina.
Gracias

Magia dijo...

Hola Anónimo, ese barniz de tristeza por la amenaza que no se nombra, es difuminada por la esperanza de dejar el pasado atrás... donde le corresponde.

Hola Maxi, muchas sombras pueden quitarle luz a nuestros deseos pero merece la pena mantener vivos esos deseos para que un día la todopoderosa libertad les devuelva la luz que les pertenece. Gracias por tus palabras, también me emocionaron. Un saludo cordial.

Hola Neblina, igualmente agradecida por tus palabras, permíteme felicitarte también por la emoción de tu blog. Un saludo.